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Los Correos británicos editaron en 2000 una hoja bloque de sellos dedicada a la práctica ya casi perdida de la “sonrisa”. Eligieron una decena diferente, entre las que destaco la conocidísima Gioconda de Leonardo da Vinci ((izda.), y la del inolvidable actor cómico Stan Laurel (dcha.), que en España conocimos como el “flaco”, del divertido dúo “El gordo y el flaco”, es decir: Oliver Hardy y Stan Laurel. No hay que desdeñar la sonrisa a medio camino del autor, que el British Post Office tuvo a bien insertar entre las dos mencionadas. Creo que forman un buen trío.

FILATELIA E HISTORIA POSTAL

Cuando niño, los “mayores en edad, saber y gobierno” (así rezaba el catecismo del Padre Ripalda), nos inculcaban la labor cristiana de socorrer a los más desfavorecidos, -que estando en la postguerra abundaban en demasía-, y resultó que juntar sellos de correos era uno de los métodos más provechosos, aunque nuestra virginal clarividencia se hiciera cruces para entender cómo un trocito de papel de colorines podía mitigar la perenne gazuza de otros niños de España y del resto del planeta.

            Un sello de correos es una diminuta puertecilla, casi una gatera, que nos da paso a un mundo mágico, inconmensurable y diverso. Una vez traspasado su umbral, nos sumergimos –al igual que Alicia-, en un País de las Maravillas, donde todo nos produce asombro. Así, buscando sellos para el Domund, penetré en el variopinto mundo de los efectos postales, los matasellos, la correspondencia circulada, las marcas postales u oficiales, quedando fascinado con sus raras ilustraciones, desconocidos idiomas y extrañas procedencias.

            Aquel nuevo mundo de coleccionismo fue un acicate para mi infantil curiosidad, que pronto se apercibió de que en los sellos de Francia no ponía tal, sino France. ¿Por qué en los sellos de Suiza ponía Helvetia y en los de Suecia Sverige? Esa cuestión fue dando paso a otras muchas relacionadas con sus ilustraciones, bien fueran los retratos de personajes desconocidos, monumentos, iglesias, paisajes, escenas históricas, etc., y las monedas que señalaban el franqueo en cada país: Pesetas, francos, dinares, liras, chelines, marcos, dólares, centavos, etc., ofreciendo en fin, una inagotable  fuente de razones a descubrir si desbocabas tu fisgoneo.

            No exagero, si digo que en el colegio las asignaturas de Historia y Geografía se me hicieron más asequibles con la aportación creciente de mi colección filatélica. Los hechos, las fechas y los nombres que ilustraban los sellos empezaban a tener su acomodo en los librotes del sapientísimo bachillerato.

            Y así, en un sin parar, mi colección de sellos, cartas y documentos postales fue in crescendo paralelamente a mi cultura, ensanchando consecuentemente mi ámbito de relaciones sociales, que me obligaron a viajar (siempre me ha chiflado), a tener vivencias de muy diferentes índoles, filatélicas o no, y seguir conociendo gente rebosante de personalidad, de la que poco o mucho me fui nutriendo. El salpicón de fotos que aporto da una idea de mis andanzas.

(Para ver las fotos ampliadas, pincha sobre ellas)

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