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HISTORIA MILITAR

Fotos con cañones de todas las épocas y naciones tengo muchas –que ya irán apareciendo-, pero como tenía que elegir una para este encabezamiento, me estreno con la que me tomaron en el Museo Histórico Militar de Valencia, con un cañón alemán antiaéreo de 88 mm, que demostró una gran eficacia en la Guerra Civil (Legión Cóndor),  y en la 2ª Guerra Mundial, en todos los frentes europeos.

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Llegado a este capítulo que tanta huella ha dejado en mi vida, a veces me pregunto cómo he llegado yo a la Historia Militar, y porqué le he dedicado tantos desvelos y cientos de horas de búsqueda e investigación por los Cinco continentes. Yo mismo no lo sé. En mi familia no ha habido militares de carrera que propiciaran un ambiente castrense, pero quizás fueron las narraciones noveladas de mi padre sobre sus andanzas bélicas por la España en llamas del 36 al 39, las que captaron mi atención desde mi más tierna infancia. Yo fui el primogénito de sus tres hijos, así que me dedicó su plena atención.

Debo puntualizar que las explicaciones que mi padre me hizo de la guerra, estaban exentas de sufrimientos y horrores, aunque no de incomodidades, hambres y miserias, destacando en cambio los valores humanos de ambos lados de las trincheras, porque según él me decía, dentro de cada uniforme habitaba un hombre de familia que era capaz de morir por defender sus ideas. ¡Qué más se le puede exigir a un ser humano!

Cuando empecé a andar en firme, y aguantar largas caminatas, mi padre me llevaba los domingos de excursión por los arrabales del pueblo de Fuencarral hacia los montes de El Pardo, donde unos y otros se habían batido el cobre durante los casi mil días que duró el conflicto, atesorando cada palmo de terreno y defendiéndolo a todo trance. Así, apenas un decenio después, aquellos campos seguían mostrando su arquitectura bélica con construcciones a ras de suelo, de hormigón armado, cuyos nombres me iba revelando mi padre, tan desconocidos para mí como impactantes: bunker, trinchera, alambrada, fortín, nido de ametralladoras, y el que más me sobrecogió, “casamata”.

Recorrimos kilómetros de trincheras, aun practicables a pesar de las puñeteras zarzamoras, absorbiendo todo lo que veía y oía. Aquel aprendizaje a campo abierto tuvo su continuación en los recortables con soldados de papel, que me animaban a desplegar batallas, fruto exclusivo de mi imaginación.

Se complementaron con los tebeos (que ahora llaman comics), cuyos héroes más leídos eran El guerrero del antifaz, y el Capitán Trueno, ambos infatigables luchadores medievales de la Cristiandad contra la aviesa morisma. Aunque llegaron más tarde, y narrando historias de las conflagraciones recientes, como la 2ª Guerra Mundial o la Guerra de Corea, los tebeos de Hazañas Bélicas me hicieron un auténtico adicto a sus historias, que entendía más cotidianas y por lo tanto verosímiles para mis entendederas.

No pienso profundizar en el tema del cine bélico, tan abundante en mi infancia, ni el nacional, ni el de Hollywood, y cuando me quise dar cuenta me encontraba jurando bandera en el CIR nº 2 en Alcalá de Henares. Descubrí entonces que los oficiales y mandos cojeaban bastante de conocimientos de historia. Esa asignatura no puntuaba en sus respectivas Academias, lo que me defraudó mucho, y me animó a contar públicamente hechos y sucedidos que mis mandos desconocían. ¿Pero cómo podía ser eso posible?

Como era un devorador de libros, me aprovisioné en las incipientes Biblioteca Móvil o Bibliobus, que desde 1953 visitaban mi barrio de Tetuán cada quince días, alternando cultura general con Historia y biografías de hechos militares y de sus protagonistas. De ahí, ya más mayor, y con mi familia propia empezando a crecer, comencé en mi tiempo libre a visitar bibliotecas de toda índole, y archivos civiles y militares –algunos de ellos olvidados y arrumbados en sótanos y áticos-, ignorados incluso por sus custodios. Así fui encontrando increíbles documentos originales de décadas o incluso de siglos atrás, que me fueron animando a divulgar su contenido y compartirlo con mis compatriotas. Y en eso estoy.

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