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(1955) Soto de la Torre. Fuente el Saz (Madrid). Sin duda la vivencia más exótica de mi infancia, de los ocho a los doce años. Las acampadas familiares en asentamientos vírgenes, con tiendas propias, diseñadas y cosidas a máquina por mis “papis” y mis tíos (Antonio y Carmen), siguiendo la tradición de los “teepees” de los sioux. En el centro, junto a las Harley Davidson, un servidor a lo Tarzán con mi hermano pequeño Kikito, a la vera de un invisible Jarama. En la sombra se silueta nuestra mami.

Trotamundos: adj. Aficionado a viajar mucho. Eso dice la RAE, pero creo que se queda corta. Aunque sí dice bien cuando lo define exclusivamente en plural, remachando la “ese” final, que amplía sin freno los horizontes del individuo en cuestión. Yo no llamaría “trotamundos” a Marco Polo, ni a Cristóbal Colón, ni a Juan Sebastián Elcano, simplemente porque fueran ”aficionados a viajar mucho”. Aprecio en ellos su talante para el aprendizaje y análisis continuo de las gentes que encontraban a su paso, de sus costumbres, de la flora y de la fauna, y de todo aquello que se escapaba a las entendederas de la tradición europea más remilgada. Les admiro además porque tuvieron la voluntad de dejar escrito para la posteridad aquello que iba llamando su atención por la terra incognita que fueron encontrándose a su paso. Hubo un tiempo en que el adjetivo “trotamundos” tuvo un deje despectivo, peor aún que errabundo o incluso “apátrida”. Afortunadamente para mí las cosas han cambiado en los siglos XX y XXI, que son “mis” siglos, y obedeciendo sus pautas y tendencias me dejé arrastrar desde niño por esos personajes “juliovernianos”, que enriquecieron mis primeras ensoñaciones viajeras. A ver si en este capítulo logro alcanzar, con un mínimo de decoro mi título de “trotamundos”.

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(2017) Astorga (León). Una buena mochila es el atributo rey de cualquier trotamundos que se precie. Me quedé prendado de esta, porque ofrecía innumerables posibilidades, como la de encerrarse dentro cuando el tiempo se vuelve inclemente. Para mi gusto, le faltan bolsillos, por lo que la dejé en la tienda, tal como me la encontré. Cuando vuelva el año que viene, comprobaré si sigue allí. Por curiosidad.

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(2016) Santiago de Compostela. La Coruña. Si se trata de emprender el vuelo por exigencia de las largas distancias, nada como volar en “Meigas Airlines”, de “low cost” y asiento único reservado. Tienen siglos de tradición, no te cobran la botella de agua pero no puedes llevar equipaje. Mi cara de miedo es auténtica. 

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(2009) Izmir. Turquía. Se sorprende uno de las comodidades y adelantos de las civilizaciones antañonas, como este retrete (toilette) del imperio romano, con agua corriente y ambiente colectivo, para dar palique sin freno narrando -como Astérix- los últimos éxitos de las legiones en Capadocia. Y como estaban al aíre libre, los olores se esfumaban ipso facto.

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(2000) Wiener Riesenrad (Gran Noria). Viena. Contaba yo cinco añitos (1950) cuando vi la película “El tercer hombre”, (en blanco y negro, claro), con un Orson Wells maligno y escurridizo por las cloacas de la ciudad. En determinado momento la gigantesca noria adquiere un protagonismo especial, insuflando vértigo a los espectadores (y a mí más). No me resistí a sentir de verdad ese vértigo en mi visita del año 2000, y allá que subí.

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(2003) Lisboa. La bella capital lusa, que la tenemos ahí al lado (y la visitamos tan poco), tiene muchos encantos ignorados, como el que acompaña al autor en esta instantánea: el tranvía. Los tranvías de cualquier lugar del mundo han tenido siempre una especial atracción para mí, máxime cuando mi entrañable Madrid prescindió de ellos en 1972. ¿Por qué las ciudades con más personalidad del mundo aún tienen tranvía? En mis viajes, suelo disfrutar de los que aún quedan traqueteando y manteniendo el sabor de la primera mitad del siglo pasado, como este lisboeta.

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Isla de Java. Indonesia. (2004) Siempre me han dado repelús los animales excesivamente suaves o viscosos, como ofidios, medusas, babosas o murciélagos, por ejemplo. En este caso, haciendo de tripas corazón, y aún no sé por qué, me atreví a coger este vampiro. En cambio, una exótica mariposa se prendó de mi barba, y la dejé hacer.

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(2009) Grutas de Capadocia. Turquía. De niño estuve trillando en eras guadalajareñas, lo que fue toda una experiencia, aunque el trabajo lo hacían las caballerías. Mi escasa fuerza física no me permitió moler manualmente grano (trigo, centeno, avena, etc.), y una visita en la muy pretérita región de Capadocia, me ofreció la oportunidad que refleja la foto, en una cueva habitada hasta hace muy poquito. Acabé tronchado.

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(2011) Isla de Rodas. Grecia. Allá donde voy no paro de encontrarme cosas chocantes que me animan a fotografiarlas para su posterior análisis y comentario.- (Izda.) La señal de tráfico pudiera avisar de un doble badén, pero también de una playa con “topless” (¿o no?).- (Dcha.) La españolísima palabra “guiris”, que empleamos para referirnos a los forasteros en general, es la que he fotografiado a la entrada de un establecimiento de suvenires. Ya tenemos algo más en común los griegos y los españoles.

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(2012) Mausoleo de Mao Tse Tung. Beijing (Pekin). No llegué a entrar, me espantó la idea de permanecer más de tres horas en pie, en silencio (estaba prohibido hablar). Pero la foto merecía la pena, y para no contaminarme con la ideología ambiental, me protegí con una bandera de España, que siempre llevo conmigo cuando salgo de casa, por si acaso. Guardo en casa un ejemplar del famoso “Libro Rojo”, que aún llevan en la mano millones de chinos. Lo he leído. Sin comentarios.

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(Junio, 2019) El Teide. No puedes ir a Tenerife sin rendir pleitesía al “mojón” más alto de España. De joven estuve muy cerca de su cúspide, y me destrocé las deportivas con el azufre que rezuma el suelo de las entrañas terrestres. Ahora, los años pesan más que una mochila repleta, y una foto como esta es un óptimo recuerdo de que anduve por allí.

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(Marzo, 2019) Japón. El nombre de Japón es escaso a la hora de comentar lo que el viajero occidental (como yo) se va encontrando de isla en isla, que hay un puñado de ellas. Lo del Imperio del Sol Naciente le queda más acertado, y sus costumbres milenarias me obligaron moralmente a aceptar sus recomendaciones, vistiéndome como un nativo, y bebiendo “sake”, que tiene sabor a paella. Donde fueres, haz lo que vieres. 

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(2015) ¿Califato de Damasco o Califato de Córdoba? ¡Qué más da! Dejo a la perspicacia del lector adivinar donde tomé esta foto. La vida la ponen estas dos huríes que para mayor orgullo de este autor, son de izquierda a derecha: su hija Carolina, y su amiga Patricia.

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(marzo 2019) No  hace falta decir que es Hiroshima. Hay una cierta ilación entre aquella tragedia nuclear de 1945 en Japón y el nacimiento de este autor, porque todo ocurrió a la vez. Aunque la radiación haya desparecido, el ambiente sigue guardando un nimbo invisible sobrecogedor que oprime al visitante y te impide ensanchar los pulmones. Dejas de respirar sin darte cuenta. ¡Que no ocurra nunca más!

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(Costa Lucense, 2017) Kilómetro 0. Reconozco mi ignorancia de la existencia de este singular punto geodésico. Descubrí que el Océano Atlántico tiene un comienzo, y el Mar Cantábrico también. Ambos nacen y se separan en este punto “Kilómetro 0”, referencia de miles de nautas que durante siglos se adentraron mar adentro, unos para conquistar nuevos mundos, y otros muchos para dejarse la vida en el empeño.

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(2011) Isla de Rodas. Grecia. La desfachatez del cartel no tiene calificativo: “Relojes auténticos falsificados”. Así, por la jeró, sin inmutarse. El mismo trapicheo lo he visto en diferentes países, normalmente de otros continentes, pero al menos allí los vendedores trapisondistas te lo susurraban en voz baja, pasando junto a ti subrepticiamente, vamos como en el Rastro madrileño, no muchos años atrás. Tal desparpajo amparado en la riada turística mereció esta foto. ¡Qué menos!

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(2016) Noruega. Crucero por los innumerables fiordos muy similares a nuestras “rías” altas gallegas. Allí, en uno de los refugios naturales de los vikingos de antaño, me permito el lujo de mover una esfera terráquea de mármol negro flotando en el agua, de una tonelada de peso, y localizar a la España de mis amores. A Hércules le hubiese costado mucho más.

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(2013) Palacio de Catalina II. Orilla del Yáuza. Distrito de Lefórtovo. (Moscú). Son tantas las maravillas cargadas de historia que nos ofrecen los museos, que jamás podrá aglutinar una única foto. De todas formas, esta del saxofón gigante llamó mi atención, y aquí está, dejándome exhausto de tanto soplar.

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Es el “Atomium” de la Exposición Mundial de Bruselas 1958. De niño su imagen se repitió una y otra vez en la prensa y soñé con visitarla algún día. Años después –muchos-, me salí con la mía y aquí está la prueba. Lo que yo ignoré durante tantos años era que las esferas eran grandes salas de exposición, y los tubos o cilindros que las unían, amplios pasillos repletos de material curioso de todo el mundo. Su visita me sorprendió muy gratamente.

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(2011) San Petersburgo. Me topé en la calle con esta escultura de un “Abuelo del Frío” (ДЕД МОРОЗ), que viene a ser el Papá Noel de todas las Rusias. Estaba de reclamo a la puerta del Museo del Chocolate, y como estaba hecho de tan golosa materia, me vinieron las ganas de darle una discreta dentellada.

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(15 may 2017) Montreal. Canadá. Interior parcial de la espectacular limusina de muchos metros de eslora, que un buen amigo nos ofreció, para que nos llevara al aeropuerto internacional Pierre Trudeau, para volver a España. Ni mi mujer Ángela, ni yo pudimos evitar hacer alguna foto del interior, donde destaca el surtido bar (en ese momento sin contenido en las frascas de cristal fino), y los espaciosos y mullidos sofás curtidos en piel negra, listos para cualquier juego prohibido. El corto trayecto al aeropuerto no nos lo permitió.

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(2018) Montañas Rocosas, Canadá. Es un "tipi", hogar habitual de los pueblos nativos indios, inuit y métis. Son idénticos a los que, en su día, utilizaban los llamados "pieles rojas" de las tribus Navajos, Cherokees, Cheyenes, Sioux, Comanches, Apaches y otras 40 más.

(2024) Laponia. Diferente modelo de “tipi”, que encontré en la Laponia noruega, aunque está también presente en los otros tres países lapones, Finlandia, Suecia y Rusia, donde existe la etnia nómada “Samis”. Este “tipi” está ensamblada con varas largas, trenzadas entre sí para poder soportar el peso de la nieve. Suelen tener siempre una hoguera encendida, con un puchero o vasija con algo comestible, para reponer fuerzas y para sobrellevar el frío endémico del Norte.

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Rumania. (2008). Castillo de Bran, cerca de BraÅŸov en Transilvania. Allí fui tras la leyenda de Drácula, y acabé encontrándome con él malhadado personaje a bocajarro, saliendo inesperadamente de una puerta disimulada en una torre, justo cuando yo disparaba mi flash. Aun siendo de mentirijillas, la aparición de Drácula me dejó parapléjico y boquiabierto, y naturalmente, brotaron gritos femeninos a mis espaldas.

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China.2012. La pareja puede ser anónima (que no lo es), pero el fondo es universal: la Gran Muralla China. Hasta que no estás allí, subiendo y bajando escalones, casi inaccesibles, no te percatas de la magnitud de semejante obra defensiva. El certificado acreditativo es de bronce, y la esferita es un suvenir-sonajero con agradables resonancias chinas. ¡Ah, y la pareja somos, mi esposa Ángela y un servidor!

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Desierto de Namib. África Sudoccidental -actualmente Namibia-. (1968). El nombre Namib, significa en lengua “nama” «enorme», y doy buena fe de ello, porque no me privé de hacer dos inolvidables safaris turísticos, descubriendo para pasmo mío, un oasis escondido en una hondonada, en el que vivía como un eremita un fugado nazi, que tenía su cabaña adornada con banderines, metopas y símbolos del III Reich alemán.

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Arena de Verona. Italia. 2023. Una experiencia cultural y lírica por antonomasia, cual fue la representación al aíre libre de la ópera La Traviata, en el milenario coliseo romano. No hay palabras para describir la grandiosidad del espectáculo acariciando la música inmortal de Giuseppe Verdi.

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Desierto de Arabia Saudí. (2023). Carrera alocada en un todo terreno, por las arenas y dunas en que, en 1917, había cabalgado en camello el legendario Lawrence de Arabia, en su lucha para fomentar la rebelión de los pueblos árabes contra el entonces Imperio Otomano. Sobrevivimos a los calores locales -rondando los 40º C-, a base de repetidas ingestiones de té ¡hirviendo!

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Templo de Borobudur. Java. 2004. La maxifalda que luzco me la impusieron las normas de los recintos sagrados. Según el aviso adjunto, hay prohibiciones estrictas que impiden acceder a los templos y otros lugares sagrados, como el que me aplicaba a mí directamente, que llevaba pantalones. Las otras prohibiciones son dignas de análisis, sólo hay que leerlas.

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Costa Rica. (2008) Imitando a Tarzán, descolgándome en rapel de árbol en árbol, de 30, 40 o más metros de altura, esquivando la foresta y a algún que otro animal peligroso, que por allí abundan. La experiencia me provocó montañas de adrenalina, a pesar de ir amarrado con doble arnés.  Nunca había imaginado que Costa Rica tuviera selvas tan impenetrables como sobrecogedoras.

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Cataratas del Niágara. Canadá. (2017). ¿Quién no ha visto más de una vez la mítica película “Niágara”, con la explosiva Marilyn Monroe y el adusto Joseph Cotten? Pues ahí mismo estuve yo, mojado como Marilyn, aunque con menos encanto, en el lado canadiense, como resaltan las banderas del país anfitrión.

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Alaska. Estados Unidos. (2018) Ferrocarril del Paso Blanco y Autopista Klondike. Lo de “autopista” va en broma, porque el trazado bordea precipicios y puentes de madera que encogen el alma de los viajeros. Pero más asombroso aún es el cartel que lleva la vendedora de billetes, demostrando sus doctos conocimientos de geografía e historia ajenos a las banderas que muestra.

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Vancouver. Canadá. (2018) A punto de subir al hidroavión que está a mis espaldas para circunnavegar la enorme isla de Vancouver, antes de abordar el crucero MS/Nieuw Amsterdam de la Holland-American Line, que nos llevará a Alaska, por el mal llamado océano “Pacífico”.

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Chateau de Cheverny. Loira. Francia. (10/10/2022) Apetecible e interesante excursión a “Los castillos del Loira”, como anunciaba la agencia de viajes. La verdad es que de “castillos” no tienen nada, son “châteaux”, que no se parecen nada a los españoles. No obstante, son arquitectónicamente vistosos y muy aparentes, y el mobiliario de su interior habla de mejores tiempos pasados. 

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La Coruña. (2023). “El temporal del siglo”, anunciaban los medios. De esa guisa marinera amarilla me tuve que disfrazar yo para protegerme de las ventiscas urbanas, que nos calaban hasta los huesos. Me tropecé con una boda ambientada con gaiteros, y no lo dudé, aceché a los novios para sacarles una instantánea, y me la sacaron a mí. Los invitados -de punta en blanco-, me increpaban por ir inapropiadamente vestido, pensando que yo era uno de ellos. Al final el protagonista fui yo, tan irreverente con el llamativo, pero eficaz impermeable náutico.

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Faro Vilán. Camariñas. La Coruña. (2020) Con un fuerte temporal atlántico (véanse mis rizos desordenados), arribé al faro Vilán, a 300 metros sobre el nivel del mar. En el museo se exponen estos bombillones, uno de los cuales parece querer alumbrar una idea del autor de estas líneas, pero la foto no miente, lo que alumbró mi mente fundió el filamento de la lámpara, que la dejó fea, oscura y triste. ¿Qué estaría pensando yo?

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Robledo de Chavela. (2016) No hace falta viajar a países tropicales o exóticos, para llevarse uno un susto de muerte a la entrada de tu propia casa. Lo que vemos es una víbora de Seoane (Vipera seoanei), muy común en la península ibérica, de 50 centímetros de longitud, que uno de mis hijos encontró a la altura de su cara, intentando penetrar en nuestro hogar. La foto es espeluznante.

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Rovaniemi. Finlandia. (2024) En la foto estoy a caballo de la línea que marca el Círculo Polar Ártico, con una latitud de 66º 32’ 35‘’. Naturalmente, el Círculo Polar Ártico cruza varios países, más: Rusia, Canadá, Dinamarca (Groenlandia), EE.UU. (Alaska), Noruega, Suecia y Finlandia, e Islandia, aunque sólo posee un kilómetro dentro de dicho paralelo.

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Finlandia. Rovaniemi. Además de la latitud de los 66º y pico, que cruza la calle, la población (que no puedo llamar ciudad), es toda ella un gran complejo dedicado a Santa Claus, que dice su leyenda que nació allí (¿) Un enorme gentío llena las innumerables tiendas de souvenirs y referencias al panzudo Papá Noel, llamado así en las culturas latinas, por ejemplo.

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