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LADRIDOS EN EL ÉTER


Monumento a Laika en una base militar en las afueras de Moscú.

Abrir un álbum de sellos y echar la mente a volar, es todo uno. Cada sello tiene una pequeña historia en su derredor, y algunos sellos incluso un capítulo entero digno de aparecer en las enciclopedias. El sello protagonista de estas líneas, o mejor aún, los sellos, recuerdan que no hace mucho tiempo, poco más de medio siglo, una humilde perrita abrió al ser humano las fronteras del temible e ignoto espacio exterior.

A caballo de las décadas 50 y 60, los Estados Unidos y la URSS andaban a la greña por hacerse dueños del espacio extraterrestre -por no hablar del terrestre-. Sus pruebas, ensayos y lanzamientos de cohetes eran postre obligado en la prensa mundial porque, triunfando o fracasando, sus espectaculares resultados fueron abriendo de par en par las verjas de acceso a nuestro Sistema Solar, que hoy consideramos tan “particular” como aquel “…patio de mi casa…” que canturreábamos de niños.

Entre toda aquella febril actividad científico-espacial, hubo una muy especial que nos tocó la fibra más sensible. Se trató de la aventura de una perrita rusa llamada Laika que, fea, escandalosa (Laika significa ladradora en ruso), y sin ningún pedigrí, fue sumergida en la oscuridad cósmica a bordo de la nave Sputnik 2.

El enviar a aquel animalito allá arriba no fue indudablemente un capricho gratuito de los científicos soviéticos, ya que tarde o temprano el hombre acabaría arriesgándose a dar el paso definitivo para abandonar la Tierra, pero las condiciones extremas allende la atmósfera, y los efectos aún ignorados de la ingravidez, exigían extremar las precauciones antes de que el primer cosmonauta se arriesgara a dar el paseo definitivo. Laika fue la “privilegiada” elegida para hacer de cobaya espacial.

El 3 de noviembre de 1957, el Sputnik 2 despegó desde Siberia con la perrita Laika en su interior. El conjunto cohete-nave en el que viajaba la atrevida perronauta, pesaba 6 toneladas y tenía una longitud de 28 metros. Tan voluminoso artefacto permitió que millones de personas pudiéramos observarlo surcando los cielos al ocaso y al alba, cuando los rayos del sol incidían sobre su brillante superficie. Al verlo pespuntando el débil manto estelar, nos decíamos: “¡Es el Sputnik 2! ¡Lleva un ser vivo en su interior!”.

Los científicos pudieron estudiar en directo desde tierra los datos propios del habitáculo de Laika, así como sus constantes vitales. Durante el lanzamiento, el ritmo cardíaco de la pasajera había aumentado escandalosamente, pero a los pocos minutos de permanecer en la ingravidez volvió a la normalidad más absoluta. Se corroboraron así satisfactoriamente las observaciones hechas por los científicos soviéticos en otros canes que habían realizado vuelos balísticos suborbitales, anteriores a 1957.

¿Cuánto tiempo permanecería Laika con sus ritmos biológicos normales? Pasaron los días, y la noticia corrió por el mundo: “Laika seguía viviendo. Comía obedientemente a sus horas y…ladraba, haciendo honor a su nombre y a su estirpe.”

El tributo filatélico a aquella proeza cánida no se hizo esperar, aunque paradójicamente no fue soviético el primer sello en su honor, sino rumano. El 6 de noviembre de 1957, sólo tres días después de su lanzamiento, Rumania inauguraba la larga lista de países (URSS, Mongolia, Cuba, Polonia, etc) que poco a poco fueron dejando constancia de aquella singular aventura, tan desconocida para los jóvenes actuales.

Tras cien horas de vuelo espacial, las baterías del Sputnik 2 comenzaron a fallar, y al no estar la cápsula preparada para retornar bajo control a la madre tierra, los científicos tuvieron que matar, aunque sin dolor, a la primera perronauta. Ironías de la historia, la primera criatura que vivió en el espacio, fue también la primera en morir en él.

El 14 de abril de 1958, el Sputnik 2 reentró en la atmósfera durante su 2.366 revolución, incinerándose y esparciendo sus cenizas por el Mar Caribe. Aquel trágico destello celeste fue también la señal definitiva para que el ser humano se atreviera a abandonar el entorno terrestre, como a estas alturas ya han hecho cientos de hombres y mujeres de múltiples países.

Han sido múltiples los homenajes a la perrita “ladradora” de este recuerdo, como por ejemplo el monumento que se inauguró el 11 de abril de 2008 en las cercanías de la capital de Rusia; un área de exploración de la NASA en Marte, y por qué no decirlo, una canción llamada Laika, que el grupo español Mecano editó en 1988 en su álbum Descanso Dominical, en el que narra el periplo el desafortunado periplo de su protagonista a bordo del Sputnik 2.

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