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Las luces del Norte…y del Sur.

José Manuel Grandela Durán

De la Real Academia Hispánica de Filatelia e Historia Postal

En julio del año 1965 navegaba yo al sur de Groenlandia, como Oficial Radiotelegrafista de la Marina Mercante, cuando oí -en morse e inglés- una predicción de Northern lights, que en español llamamos aurora boreal, del latín aurora borealis. Ignoraba yo entonces, ya que acababa de salir de la Escuela Oficial de Telecomunicación (Conde de Peñalver, 17), con mi flamante título de Oficial bajo el brazo -pero siendo a la vez un novato imberbe de 19 añitos-, que tal servicio internacional existiera.

No me he resistido a incorporar a este escrito un dibujo satírico, que aprecio mucho, que me hizo un oficial compañero de fatigas náuticas, tal como él me veía en plena vorágine de mi labor radiotelegráfica, manteniendo las comunicaciones de aquel barco pesquero congelador con el resto del mundo. Resalto que, en la caricatura, la nariz es exagerada, pero la delgadez de un servidor es auténtica y verdadera.


Foto 1. Caricatura realizada por Manolo Soler, de José M. Grandela navegando.

Y ocurrió lo previsible, que, en aquel Mar de Labrador, bravío como pocos, unas noches después, el cielo tomó vida y nos maravilló con un estremecedor “cortinaje” multicolor y ondulante, que nos arrebató el ánimo a toda la tripulación. Algunos de los viejos “lobos de mar” de a bordo, guardaban un silencio sepulcral, tan absortos ante el increíble espectáculo, como lo estaba el boquiabierto autor de estas líneas. Para dar una idea al lector, he seleccionado el sello que Canadá emitió en 2002 sobre su Territorio del Noroeste (Northwest Territory).


Foto 2. Canadá. Aurora boreal en el Territorio del Noroeste. 2002.


Al echar a andar estas líneas sobre las auroras polares, que yo viví personalmente en mi dura transición de mozalbete a hombre de pro, he constatado una vez más que la Filatelia sigue asombrando por sus enormes posibilidades didácticas. Rebuscando en mi colección, y con el imprescindible apoyo de revistas y catálogos especializados, he ido localizando sellos con auroras en una quincena de países, seleccionando unos pocos para acompañar a estos renglones. Los temas más comunes donde tienen presencia son: Expediciones al Ártico o a la Antártida, eligiendo entre ellos el emitido por Francia para honrar a sus expediciones polares.


Foto 3. Tierras Australes Francesas. Expediciones a la Antártida. 1949.


También el Año Geofísico Internacional (1957-1958) justificó el que varios países recordaran aquella intensa actividad científica, como el sello de 3 centavos, de magnífico diseño, emitido en los EE.UU., con un Sol en plena actividad bajo la representación de una porción de la Capilla Sixtina, que Miguel Ángel pintó en el Vaticano, con la mano divina insuflando vida a Adán. Curioso diseño postal aunando la portentosa energía física solar con la omnipotente demiúrgica del Creador.


Foto 4. USA. Dios, el hombre y el Sol. 1958.


Algunos países, como Alemania, que se han visto sorprendidos inesperadamente por el espectáculo auroral, han aprovechado para recordar filatélicamente el acontecimiento.

Foto 5. Alemania. Aurora inesperada. 2022.


Pero, ¿qué es una aurora boreal…o aurora austral, dependiendo del hemisferio terrestre donde se manifiesta? La Real Academia lo sintetiza así: “Meteoro luminoso que se observa cerca de los polos magnéticos, producido por partículas cargadas eléctricamente que proceden de las erupciones solares.” Humildemente puedo añadir que los electrones y protones acarreados por el llamado “viento solar”, cortan el campo magnético terrestre o “magnetosfera”, creando un gigantesco generador eléctrico, en el que surgen corrientes eléctricas de decenas de millones de amperios con voltajes cercanos a los 50.000 voltios. El sello adjunto de Hungría concreta que nuestro planeta es un gigantesco imán.

Foto 6. Hungría. La Tierra como un imán gigantesco. 1965.


Volviendo a los increíbles avistamientos, debo recordar que mi profesión de marino exigió cambios de barcos, de rumbos, de mares y de países. Navegué “en un barco de nombre extranjero”, como cantaba por aquellas calendas la inolvidable Concha Piquer. Y, cómo no, volví a avistar espectaculares auroras boreales en lugares tan distantes como el Golfo de Alaska, arribando a su capital Juneau; en el Mar de Noruega, aproando al puerto norteño de Narvik; y en el Mar Báltico, rumbo al actual San Petersburgo, que en aquel entonces se llamaba Leningrado. Pero en los mil días de navegación también tuve ocasión de apreciar al menos una aurora austral, y fue al sur del Cabo de Buena Esperanza, en la unión de los belicosos Océanos Atlántico e Índico.

Foto 7. Japón. Exploración antártica. 1983.


Y cierro estas líneas recordatorias de aquellos inolvidables avistamientos meteorológicos, en la década de los años 60 del siglo XX, cayendo en la cuenta de que nunca más volví a experimentarlos desde que dejé de sumar singladuras, y puse definitivamente pie a tierra, pasando así -sin apenas darme cuenta-, del mundo náutico al astronáutico, bajo la tutela de la NASA, pero esa ya es otra historia.


Foto 8. USA. Laboratorio Skylab entendiendo el Sol. 1981.



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