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El DNI y los españoles


Resulta que el DNI acaba de cumplir 75 años, ya que nació en 1944, un año antes que el autor de estas líneas. Para mí es razón más que suficiente para echar la mente atrás y recordar que el DNI ha estado presente en los momentos más importantes de mi vida.

El DNI o Documento Nacional de Identidad, nos ha acompañado a los españoles desde al menos la mocedad, hasta que la vieja parca Átropos acudía a cortar el hilo de nuestra vida. Ahora cualquier bebé tiene derecho a tener su DNI, lo cual me parece lógico, pero no siempre ha sido así. Más de un lector recordará que hubo un tiempo, muy dilatado, en que el DNI entraba en tu vida al cumplir los 16 años, ni un segundo antes, y ya no te dejaba en toda tu vida.

Aquel primer documento de color verde para los naturales de la Península e insulares, y de color rojo para los españoles del Sáhara, Ifni y Guinea Española, te permitía ¡oh maravilla! el acceso a los cines donde podías ver en sesión continua las películas “pecaminosas” que la censura de la época reservaba para los adultos. Dada mi carita de ángel, jamás pude aparentar ser mayor de mi edad, mientras que mis amigos, menores también de 16 años y con incipiente bigote, daban el pego a los porteros de los cines, quedándome yo sólo en la calle rechazado por el señor de uniforme que cortaba las entradas.

Pero llegó el tan ansiado día en que pude exhibir mi boyante DNI, y me lancé a visitar los cines de mi barrio de Tetuán de las Victorias, a saber: Chamartin, Savoy, Tetuán, Arizona, entre otros, en los que exhibían películas “3R” y “4”, hasta entonces vedadas a los menores. ¿Qué significaban esos malhadados numerajos? Pues el “3R” significaba: “Mayores con reparos”, y el “4”: “Gravemente peligrosa”. ¿Y qué películas vi bajo la marca “3R”? Pues por ejemplo “Siete novias para siete hermanos”, “Mogambo”, “Cuando ruge la marabunta”, etc., y entre las tiznadas con el terrible “4” busqué y localicé a “La gata sobre el tejado de zinc”, “Una mujer marcada”, “El manantial de la doncella”, etc. Ahora, cada vez que las reponen en televisión, me carcajeo de aquella censura pacata reservada para deficientes morales.

Pero no era el cine el propósito de este blog, sino la inexcusable presencia del DNI, como por ejemplo para conseguir el pasaporte. Si no tenías DNI no podías solicitar el pasaporte, y por lo tanto viajar fuera de España, y aun así con grandes limitaciones según donde quisieras dirigir tus pasos. Una vez conseguido el pasaporte, comprobabas que venía ya estigmatizado con la prohibición de visitar todos los países de detrás del Telón de Acero (así lo bautizó Winston Churcill pero en inglés, Iron Curtain).

Como aún guardo todos mis pasaportes, cuyas primeras pastas eran rugosas de color verde, puedo releer el tampón en tinta azul que dice: “Válido para todos los países del mundo excepto (y sigue en orden alfabético): Albania, Bulgaria, Checoeslovaquia, Hungría, Mongolia exterior, Polonia, Rep. Popular China, Rumania, U.R.S.S., Yugoeslavia, Rep. Democrática Alemana, Rep. Popular de Corea, y Rep. Democrática de Vietnam.

Pero como la Tierra sigue su curso dando vueltas sin parar (más nos vale), y sus pobladores también, las reglas fueron atenuándose, las leyes se fueron adaptando a las nuevas costumbres, y poco a poco pude visitar cualquier país dada mi condición de Oficial Radiotelegrafista de la Marina Mercante, que no debía tener ningún tipo de cortapisas.

Pero volvamos al DNI que se nos exigía para cualquier gestión oficial, solicitud de préstamos bancarios, de acceso a la Universidad, para entrar en la Mili, para casarte, para acceder a los premios por paternidad según iban arribando tus hijos, y así un larguísimo etcétera.

Cuando empecé a navegar y conocer otras tierras y otras costumbres, me llamó la atención que en otros países no existiera un documento semejante al DNI, que portaba la huella de tus dedos pulgar e índice de la mano derecha (la izquierda no existía), y una reveladora fotografía, en blanco y negro al principio, y en color décadas después. En los Estados Unidos, por ejemplo, cualquier recibo de la luz, o carta con tu nombre era suficiente para el policía que te había detenido por una infracción de tráfico.

En España -lo hemos visto-, el contenido de la información fue simplificándose, eliminándose el grupo sanguíneo, la profesión y el empleo o cargo en la misma, y fueron incorporándose nuevas medidas de seguridad entrando en el mundo digital y los circuitos impresos, por no hablar de las nuevas técnicas de impresión con tintas y papel “casi” imposibles de falsificar. Al llegar a determinada edad, el DNI te exonera de su renovación asignándote una fecha inalcanzable, la del año 9999, que entiendo es bastante agorera porque te recuerda cada vez que lo muestras, que tu existencia va ineludiblemente cuesta abajo.

Cuando en 1975 Manuel Fraga Iribarne pasó a ocupar la cartera de Ministro del Interior en el Gobierno de Carlos Arias Navarro, propuso hacer un DNI “inviolable”, sustituyendo fulminantemente el soporte de papel por una lámina de aluminio, en la que se introducirían todos los datos requeridos incluida la foto, por medio de procedimientos químicos. Pero algún consejero le apercibió que la nueva técnica dejaría en la calle a decenas de miles de fotógrafos del llamado “Fotomatón” que vivían prácticamente del DNI. Aquel aviso fue decisivo para don Manuel, y el DNI permaneció tal cual.

Recomiendo a quien me lea, que no deje de visitar la exposición conmemorativa del 75º aniversario del nacimiento del Documento Nacional de Identidad, que se puede visitar en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre (FNMT) en Madrid, y que asombra por la cantidad y calidad del material expuesto, mucho del cual nos recuerda otras épocas de nuestra vida. Merece la pena.



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