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Asesinatos en el Gran Sol


Pocos saben que uno de los mayores cementerios marinos de españoles se encuentra en una zona del Océano Atlántico conocida como el banco del Gran Sol (Grand Sole para ingleses y franceses). Aquellas latitudes –y longitudes- al sur de Irlanda y Gran Bretaña, a unos 700 kilómetros de nuestras costas norteñas, han sido desde el siglo XVI morada asidua, casi fija, de miles de pescadores españoles que han ido hasta allí a cargar sus redes y bodegas con un pescado indisolublemente unido a nuestra cultura: el bacalao.

El Gran Sol es pues, el lugar donde ocurrió esta historia, hace ahora 70 años, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. El 18 de junio de 1940, los tripulantes de dos pesqueros gallegos, el Faro de Ons y el Sálvora, que allí faenaban ajenos a la convulsión que agitaba a medio mundo, vieron surgir a escasa distancia de ellos a un submarino desconocido, con el evidente susto y recelo. Se trataba –lo sabemos ahora-, del sumergible alemán U-32, mandado por el teniente de navío Hans Jenisch. Una vez en superficie, la tripulación del U-32 surgió por las escotillas con toda celeridad, destapó el cañón de cubierta, y precisando el ángulo de tiro sin prisa -ya que los dos barquitos estaban a tiro de piedra e indefensos-, abrió fuego con la impunidad que le daba su total supremacía sobre aquellos atónitos pescadores. En escasos minutos, casi segundos, la pareja de pesqueros se fueron a pique, arrastrando con ellos a siete hombres que jamás volvieron a sus hogares. Cumplida la “hazaña” bélica, el U-32 desapareció en silencio, tal como había surgido, dejando tras de sí rabia, desolación y muerte.

Los documentos navales que he consultado de aquella época, me han descubierto -con no poca malsana satisfacción-, que el "heroico" U-32, fue hundido pocas semanas después, concretamente el 30 de octubre (1940), por cargas de profundidad arrojadas por los destructores ingleses Antelope, Harvester y Highlander, al noroeste de Irlanda.

Debo recordar que España en aquel entonces, precisamente por su neutralidad o no beligerancia, fue zarandeada por unos y por otros sin reparo ni pudor, siendo nuestros marinos los más castigados por las órdenes de los Estados Mayores de los Aliados y del Eje. Los "hunos" y los "hotros", que diría Unamuno.

Volviendo a la narración inicial, diré que dos años después del luctuoso suceso del Faro de Ons y del Sálvora, concretamente el 21 de julio de 1942, pero mucho más cerca de nuestras costas, en el Golfo de Vizcaya, otro pequeño pesquero español (bou) hacía su primer lanzamiento de aparejos a la mar, cuando un pequeño avión biplano británico del tipo Swordfish 5S, les sobrevoló a pocos metros de la cofa del palo mayor. Procedía de uno de los portaviones británicos Victorious, Indomitable, o Eagle, todos ellos asiduos super-patrulleros de aquella concurrida zona de guerra.

Tras describir varios círculos en derredor del bacaladero, el avión hizo una pasada rasante, dejando caer una inesperada nubecilla de panfletos ante los ojos atónitos de nuestros compatriotas. El reducido tamaño del pesquero apenas permitió que cayeran sobre él media docena de esos ejemplares, aunque brevemente, porque el perenne azote del viento les imprimió vida propia, y caracoleando fueron saltando al agua uno tras otro. Por suerte para el futuro estudio de la historia y de esta narración, al menos uno de los papelitos fue atrapado por un marinero, y conservado largas décadas en un cajón olvidado, hasta llegar a mis manos más de medio siglo después.

El mensaje impreso que tengo delante de mí, y que reproduzco por ambas caras para mejor ilustrar esta historia, es un descarado ultimátum (en correcto castellano, eso sí), dirigido a nuestros pescadores, completamente ajenos a aquella guerra.

Leída la misiva conminatoria, no era fácil que nuestros marinos la obedecieran sin más, y que se volvieran con lo puesto a los lares patrios, hasta que la guerra concluyera, y entonces vivir todos en paz y prosperidad, como decía el texto. Y mientras tanto, ¿qué íbamos a comer los españoles?, porque no estaban las cosas nada fáciles en España, donde el hambre hacía de las suyas a causa de la reciente contienda civil. En aquellas dramáticas circunstancias, el bacalao era un alimento casi de lujo, altamente nutritivo y primer sustituto de la inexistente carne.

Pero por otro lado, el folleto recalcaba que después del 24 de julio (1942): “Todo navío que salga de las aguas costeras lo hará por su cuenta y riesgo”. Y una prueba sangrante de ello había ocurrido justo una semana antes (17 julio), en aquellas mismas aguas, cuando el pesquero Nuevo Con se había ido al fondo del mar, víctima inocente de un desafío entre un destructor británico y un avión alemán.

Como es natural, surgieron las deliberaciones abordo, pero el recuerdo de la ignominia sufrida por los pesqueros gallegos Faro de Ons y Sálvora, ya mencionada, vino a la mente de todos, y sin más palabras recogieron los aparejos y aproaron al sur, rumbo a casa.

La amenaza de la Royal Navy no fue a humo de pajas, porque el 21 de julio de 1943, una flotilla de sus destructores cañoneó y hundió displicentemente, a los pequeños pesqueros españoles Manolo Costas, Isolina Costas y Mascote. Estas acciones, al parecer "vitales" para la supervivencia de la British Commonwealth, continuaron con los abordajes e inmediato hundimiento por fuego de cañón (e incluso cargas explosivas) de los "temibles" barquitos Pesquerías Cantábricas n° 3 (3 enero 1944) y Campanal (julio 1944). En honor a la verdad debo decir que nuestros marineros fueron transbordados previamente a los destroyers de su Graciosa Majestad. Al menos las vidas de los supervivientes fueron respetadas.

Hechos como aquellos no debieran olvidarse aunque hayan transcurrido 70 años, entre otras cosas porque costaron vidas de inocentes marineros españoles.

El eximio pintor Joaquín Sorolla tituló uno de sus cuadros: ¡Y aún dicen que el pescado es caro! No puedo estar más de acuerdo.

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