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LOS LUNES INCULTOS


Goya sí era imparcial.

Los lunes son días muertos para la cultura. Recuerdo que un 15 de septiembre, día de mi cumpleaños, y por casualidad lunes, decidí cultivarme un poco más y me programé para zambullirme en un buen museo por la mañana, y rematar la jornada viendo una buena obra de teatro de atardecida. Pues ni lo uno ni lo otro. Simplemente porque era lunes.

Alguien me dijo que es una normativa europea, y siempre que te dicen eso, te quedas en blanco y te resignas porque no sabes qué responder o a quién quejarte. En mi infancia sólo los churreros y las rotativas descansaban los lunes, con lo que el primer día de la semana, amén de tener la obligación de volver al colegio o a trabajar, según la edad, era un día especialmente triste y desangelado.

Mi madre me recitaba un viejo dicho –que he sido capaz de recordar 65 años después-, que retrataba muy bien el diferente ánimo con que los trabajadores veían pasar los días de la semana, y la disculpa para no rendir como mandaban los cánones. Decía así: Lunes… galbana; martes… malagana; miércoles… tormenta; jueves… malacuenta; viernes… torrijas; sábado… cobrar; y domingo…¡a descansar!

Pero volvamos al genial Goya y Lucientes, que encabeza esta reflexión. Como los milagros siguen dándose, digan lo que digan los agnósticos, encontré un museo abierto, y además un muy buen museo de gran solera, donde enriquecer mis ojos y mi mente, el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que está en la calle de Alcalá a dos pasos de la Puerta del Sol, donde a diario cientos de turistas de dentro y de fuera se empeñan en pisotear el Km 0 porque dicen que así volverán a Madrid (¿)

Dos enormes cartelones colgando de la fachada anunciaban la exposición “Goya, cronista de todas las guerras, los desastres y la fotografía de guerra.” Naturalmente todo lo que huele a Goya es bueno y sugerente, pero también debo reconocer que el largo título llamó poderosamente mi atención y allá que me metí con mi esposa.

No seré yo quien a estas alturas descubra las maravillas de los grabados de Goya, y máxime los ahora en boga sobre las animaladas que los gabachos de Napoleón hicieron en nuestra tierra y a nuestro pueblo hace doscientos años. Me guardo las manidas expresiones como terroríficas, impactantes, crueles, desgarradoras, sanguinarias, y así un largo etcétera. Por más veces que veas esos grabados y aguafuertes, siempre te sobrecogerán el ánimo y te obligarán a retirarte un paso atrás para reponerte del shock y tomar aire de nuevo. Goya es mucho Goya.

En cambio, el relleno de la exposición con fotografías en blanco y negro (algunas coloreadas falsamente), nos recuerda que la evolución de la fotografía ha ido emparejada a multitud de guerras en las que el nuevo ingenio encontró un buen campo –el de batalla-, para acreditarse sobradamente ante la posteridad.

Cain contra Cain, aunque no sabemos quién es quién. Así plasmó don Francisco de Goya el endémico temple de sangre caliente que nos posee a los celtíberos.

Pero, (hay un pero), la aportación de imágenes de nuestra última guerra civil (me refiero a la de 1936), que calculo en más de cien, vuelve a caer en la tentación de hablar de una sola de las dos Españas que se estuvieron matando entre sí durante mil terribles días. Llevo más de 30 años estudiando aquella guerra, y miles de horas de investigación archivística y documental, y esa constancia me permite identificar muchísimas fotos como si las hubiera hecho yo mismo.

Los organizadores de la exposición no se han preocupado en ponerle pie a las fotos, algo que siempre deja al visitante con mal sabor de boca, y baja el listón de la calidad del indudable esfuerzo desarrollado, pero a los historiadores no se nos escapa que al rato de analizar las fotografías elegidas, te das cuenta que sólo son los soldados del Ejército Popular los que aparecen una y otra vez, incluidos los Internacionales, naturalmente.

Un texto complementario escrito en la pared con grandes caracteres, advierte que las fotografías pertenecen al archivo de la Biblioteca Nacional (unas 27.000), de donde han sido seleccionadas las allí expuestas. Yo he pasado semanas repasando ese archivo de fotos y puedo garantizar que ambas Españas estaban allí presentes, y ambos Ejércitos, y las dos trincheras en los frentes de guerra, y los efectos de los bombardeos de unos y otros. ¿Quién, cómo y por qué ha escogido únicamente las instantáneas de uno de los bandos? ¿Seguimos dale que dale con lo de la llamada Memoria Histórica, que mejor se debiera llamar Media Histórica, porque solo nos cuenta una muy particular y tendenciosa mitad de lo que realmente pasó?

Al final es Goya quien da la lección en el conjunto de la exposición, poniendo la balanza en su sitio con sus bocetos desgarradores. Sus dibujos acusan las atrocidades de los invasores franceses, pero no deja de recordar el resultado de la furia española sobre el gabacho, tantas veces contenida e impotente, con una violencia y saña que pone los pelos de punta. Ambos contendientes están presentes, ambos denunciados en medio del horror, ambos inhumanos, pero siempre ambos.

Me quedo con la Memoria Histórica de don Francisco de Goya y Lucientes, porque él sí quiso dejar grabado para el conocimiento de las generaciones venideras la verdad absoluta, sin amaños ni disfraces, de la guerra que a él le tocó vivir, la de la Independencia.

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